jueves, 17 de mayo de 2012

Mientras yo pienso en ti, tú piensas en otra

Siempre tuve esa tendencia a idealizarte, en pensar que eras mejor que los demás, en creer que eras diferente; al exagerar tus actos y vanagloriar tus palabras, te convertiste en mi fetiche, en mi obsesión. Y después de enaltecer tu nombre y elevarte al mismo Olimpo, me di cuenta que eras un simple mortal, o quizás peor que simple, básico. Sí, eres básico. Más allá de tus infulas de grandeza, de tus gestos grandilocuentes, de tus pensamientos altamente filosóficos, resultaste siendo uno más del montón. Yo te admiraba porque alguien tan culto no podía ser esa clase de persona que se fijara solo en lo físico, tenía que reconocer a plenitud el amor platónico, intelectual. Por eso representaste una meta para mí, quería saber si era capaz de llamar tu atención por medio de mi conocimiento, mis ideas, mi cultura. Pero te fijaste en ella, la chica, a mi parecer, más linda del curso, a la que todos estuvieron de acuerdo en nombrar Miss Perfect. Te gusta, lo sé, se nota por la forma en que la miras. Y no lo entiendo, es hermosa, sí, pero es vacía. Tuve la sensación de que tratando de imitar tus pasos de erudito tendría oportunidad de entrar en tu mundo aunque eso nunca pasó. Quizás investigando sobre escritores reconocidos y bandas influyentes podía llegar a comprenderte, ya que eres extraño, eres misterioso, y aunque eso me encanta, al mismo tiempo me desespera porque no encuentro la manera de acercarme a ti. El problema es que para ella fue muy fácil, solo tuvo que presentarse con sus medidas de 90-60-90 y decir su nombre para que quedarás enganchado. Pasan los días y  yo te observo desde lejos, deseando que te fijes en mí; ella está en otro universo, ignorándote. Y hay que ver cómo es de desgraciado el amor, que mientras yo pienso en ti, tú piensas en otra. Es por eso que hoy día afirmo que eres básico, como cualquiera, solo te interesa un buen cuerpo y una cara bonita, y está bien, no te culpo: la culpa fue mía por siempre sacar conclusiones antes de tiempo y dejarme llevar por primeras impresiones. Al comienzo del curso, cuando te observé al entrar al salón, con aquella camisa a cuadros azules, ese jean desgastado y esos converses sucios, con un libro viejo en la mano, abstraído del mundo que te rodeaba, concentrado en las desdichas de un tal Rodion Raskolnikov, concluí que quería que fuese contigo con quien celebraría mi noche de bodas. Me dejé embelesar por tu presencia, tengo que reconocer que para mí esa fue una gran impresión. Que tonta soy al pensar que alguien que no se jactara de haber sobrevivido a las clases de castellano de la secundaria leyendo Doña Bárbara, sería mucho más interesante que alguien que se dedicara a leer literatura rusa. Pero bueno, esa soy yo, una romántica empedernida, amante de los bibliófilos, que sigue enamorada de ti desde aquel primer momento en que te vio. Y tan ingenua e ignorante como cuando hace diecisiete años llegó a este mundo, suponiendo que todo aquel que sostenga un libro en sus manos no puede ser tan básico.