Fue una
relación inconclusa como todo lo que él hacía. Aunque
eso ya no importa reiterarlo en este momento o quizás no tanto como el hecho de que yo insistía en forzar una
situación incapaz de sostenerse por cuenta propia. Lo realmente trascendental
de todo ese asunto, debo admitir, es que no conozco otra felicidad que la de estar a su lado, una felicidad
que duró poco y que sin embargo
fue verdadera; a fin de cuentas, el tiempo nada tiene que ver con los
sentimientos. También creo que es necesario declarar que fuimos una
contradicción andante, pero eso nunca nos importó. Simplemente, no
nos interesaba dejar de creer que los sueños llegan como la lluvia. Y a pesar de
esa recurrente interrogante que me angustiaba, esa pequeña voz en mi interior
que decía: ¿qué pasará cuando deleitarse
con el café de sus ojos no sea suficiente? seguía insistiendo, encariñándome
con la piedra en lugar de superarla. Ahora extraño
ese beso que nunca nos dimos, extraño que su perfume quedara impregnado en mi
vestimenta, extraño tomarlo de la mano y sentir que eramos el uno para el
otro... extraño tantas cosas de lo que fuimos y de lo que nunca llegamos a ser.
Pero eso no tiene significación alguna, puesto que hoy
será el último día que escriba acerca de él, porque me cansé, me aburrí, pero
sobretodo me resigné a que nunca leerá todas estas palabras dedicadas al
fantasma que dejó en su ausencia.