sábado, 4 de mayo de 2013

Un vagón del tren de las cinco

Y ahí estábamos, dos desconocidos compartiendo un vagón del tren de las cinco, sin cruzar palabra alguna, ni siquiera ante el inminente deseo de pronunciar nuestros nombres. Tenía miedo; miedo de decirle que lo amaba y que se burlara de mí; un recelo extremo de demostrarle que era una tonta que había estado esperándolo durante todo este tiempo y a la vez un angustiante desasosiego de declararle mis sentimientos y que luego de ser revelados, estos no fueran correspondidos. Pero él también tenía miedo, aunque no entendía muy bien de qué. 

Quizás aunque el camino nos unió, su destino era otro.